¿De dónde viene Nao?

octubre 05, 2020

¿Por qué no escribir algo relacionado con una cultura diferente? ¿De dónde me vino la inspiración? ¿Por qué Japón? Por supuesto, de momento no puedo dar demasiados detalles del trasfondo de Nao y los personajes principales que aparecen en la novela. Pero como todo en la vida, esta historia tiene su origen, un origen que estoy a punto de contaros.

Todo comenzó un tranquilo 22 de Marzo del 2018. Bueno, lo de tranquilo se puede coger con pinzas. Por aquel entonces, estaba asistiendo a la Escuela Oficial de Idiomas de Málaga con el objetivo de aprender el tal complicado y a la vez fascinante idioma del japonés. Hice muy buenos amigos de los que a día de hoy sigo teniendo el contacto y, de manera general, nos lo pasábamos de maravilla durante las horas de clase.

Allí no solo nos enseñaban a hablar y escribir japonés, sino que nos mostraban cosas tan importantes como la cultura de Japón, las formas correctas de comportamiento, la gastronomía y las extravagancias del lugar y de su fantástica gente. Nuestra maestra o sensei, cuyo nombre es Leticia Chen, también se encargaba de darnos datos de interés que conocía gracias a sus viajes por esos lares, así que cada día nos íbamos maravillados por todo lo que nos comentaba.

~ Imposible no sentirse atraído por Japón ~

Me apunté a aquel idioma sobre todo por curiosidad y ganas de adentrarme en algo completamente desconocido hasta la fecha. También me vi motivado por pilares fundamentales en mi caso como son todo lo relacionado con el anime, el manga y los videojuegos. ¿Quién no quisiera ver anime sin tener que estar pendiente de los subtítulos? ¡Suena que estoy hecho todo un friki, y no pienso negar tal afirmación! Menos mal que en clase muchos compartíamos aficiones parecidas, así que éramos como una pequeña familia unidas por la misma pasión.


Con todo lo que nuestra profesora nos contaban, las horas pasaban rápidamente y soñar con Japón y las cosas únicos que tan solo se pueden encontrar allí era genial. Incluso teníamos nuestros propios nombres japoneses. Por ejemplo, Leticia era Naoko, y a mí me bautizó como Suikoma (que se podría traducir como Caballo de la Suerte). Eso sí que era estar implicado.

~ Las clases de japonés: toda una aventura ~

Luego venía lo complicado, que para mí era prácticamente todo lo demás. ¿Los exámenes? Mejor correr un tupido velo al respecto. Hablar en japonés no estaba nada mal, uno se siente poderoso con tal proeza. Pero salir a la pizarra a realizar un diálogo muchas veces improvisado era tensión total, nada que ver con hacer un speaking de inglés por ejemplo. Escribir era ya otro mundo, ya que el japonés tiene hasta tres tipos de escritura: el hiragana, los kanji y el rōmaji.


Este último no era tan difícil, pues a que simplemente se trata de transcribir los sonidos a tal y como sonarían en español. Reconozco que sin él no habría sobrevivido. El hiragana es el tipo de escritura más básica, ya que cada letra corresponde a una sílaba, pero ojo, que al principio parece fácil pero a la hora de juntarlos para formar palabras y frases ya se empieza a notar la dificultad. Pero sin duda, el máximo representante de lo casi imposible es el kanji, unos sinogramas que representan palabras completas o expresiones y que se pueden utilizar de muchas maneras diferentes. Había que memorizar sus intrincados trazos, sus formas, el significado y el orden para hacer cada línea (porque sí, también hay que seguir un orden). Por mucho que practicara, no había manera de mejorar, y mira que se suponía que estábamos aprendiendo los kanjis de un nivel más básico. Pues nada, todavía tengo pesadillas a causa de los churros que me salían. Increíble que a la hora de hacer los deberes por escrito, se entendiera algo.

Aunque toda esta incertidumbre y dolores de cabeza tenían su compensación. Cada día nuestra profesora nos sorprendía con algo nuevo y para nada esperado. Encima nos pilló el 25 aniversario en el que se impartía japonés en la escuela, por lo que nos tocó asistir e incluso participar en fiestas especiales. Hacíamos concursos de cosplay y karaoke, probábamos alimentos japoneses, conocimos más sobre la relación entre Málaga y Japón, además de que pudimos deleitarnos de un grandísimo espectáculo con un taiko (prácticamente, un tambor original de Japón) entre otras muchas actividades.

Lo que nunca me voy a olvidar son de todos los videos que la sensei nos ponía y que ella misma disfrutaba como si fueran la primera vez que los veía, riendo con nosotros y sorprendiéndose con cada momento. En ocasiones, hasta teníamos que cantar o realizar bailes tradiciones al son de la música, y con nuestra arte, hacíamos espectáculos dignos de cualquier comedia o película de terror. No por nada, eran los momentos que más disfrutaba.



Fue gracias a todo este contexto que se me ocurrió los primeros compases que en el futuro darían lugar a Nao y toda su historia, acabando de manera oficial un 5 de enero de 2020. Me llevó lo suyo, en parte a causa de las clases, la universidad, las prácticas y el sin fin de trabajo. Con Nao he querido intentar materializar todo eso que sentí en las clases de japonés en su momento, con una acción ambientada en las calles de Tokio y con protagonistas japoneses. Lo he hecho con todo el respeto del mundo y he disfrutado de poder aportar algo relacionado con este país, que a veces parece que es un mundo diferente donde todo lo que ocurre es llamativo e interesante.

Digamos que ya solo me queda una tarea pendiente: viajar algún día hasta Japón y conocer de primera mano lo que es estar allí, en un paraíso para cualquier friki como yo donde lo tradicional y lo moderno se conectan. Un lugar lleno de leyendas y misterios, un lugar mágico donde los sueños se pueden cumplir… 

¡Jaane mis queridos lectores! 

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